Escribo esta editorial que me pide Esteban en una Madrid cercada, desconocida, donde recién después de dos semanas la mayoría de las personas ha finalmente entendido que debe quedarse en su casa.
Cómo costó que lo entendiera. Qué mal fue comunicado.
Una vez más se ha confundido lo que se dice y lo que se percibe.
De nada sirve decir que el puto virus es peligroso si no logro que la gente entienda en qué consiste ese peligro.
Las imágenes de los ancianos internados en los centros, despidiéndose por última vez de su familia a través de video- llamadas tal vez hubiera servido para que tanto idiota no saque a pasear perros de peluche o una cabra, o llene la costa apenas decretaron que los niños no tenían cole.
Desde hace un tiempo vengo sintiendo que nuestra industria de la comunicación se ha vuelto demasiado epidérmica.
Se han impuesto los mensajes que te erizan la piel, que te conmueven rápido, que te hacen reír fácil, pero pasados unos minutos, desaparecen.
Impacto, punch, puñetazo en el centro de tu cara.
Pero todo se acaba al poco tiempo.
Up as a rocket, down as a stick, como dicen que alguna vez dijo Dickens.
Nos hemos convertido en una industria tan epidérmica, que todo nos resbala. Deliramos por los premios de Cannes, nos damos más de 25 Grand Prix por año y no somos capaces de recordar ni 5 de ellos cuando pasa el verano europeo.
Hemos convertido en estrellas a un montón de mediocres que han construido su fama a fuerza de truchos.
Digo fama y no reputación.
La diferencia entre Justin Bieber y Mozart.
Pero esto no deja de ser una pavada.
A quién le importa un premio más o menos?
Qué daño hace querernos y malcriarnos tanto?
Lo malo es que nos estamos olvidando de cómo se hace la buena comunicación.
Las marcas deben ocupar otro rol en nuestras vidas.
Son demasiado poderosas económicamente como para ser tan poco relevantes.
Entonces llega esta crisis y la respuesta es hacer mensajes… epidérmicos.
Pongamos el logo con las letras un poco más separadas.
No me malinterpreten. Me parece un mensaje fácil, no malo.
El horror no es hacerlo. Es que lo premiemos.
Qué oportunidad se están perdiendo las marcas de madurar de una vez.
Qué bueno sería que un supermercado ofrezca descuentos en serio para los mayores de 60 años y les envíe gratis la mercadería a su casa.
Qué genial sería que una marca de pañales se una a un banco- cuánta falta hacen los co-brandings en el marketing moderno- y les den a las madres que den a luz en esta cuarentena, un crédito regalado de barato para ayudarla a criar a su hijo, para celebrar la valentía y la esperanza de haber traído un niño a este mundo.
Si cada marca tuviera bien definido su propósito, podría estar honrando esa razón de ser, haciendo cosas útiles para las personas en lugar de crear mensajes tan obvios y superficiales.
Si tus palabras no son mejores que tu silencio, no las pronuncies, decía el Maestro de la serie Kung-Fu.
Un inventor desarrolla un respirador adaptando una máscara de snorkel de Decathlon que cuesta 20 euros.
Gente que diseña y produce mascarillas en sus casas para donar.
Bloggers como Chiara Ferragni, que recauda más de dos millones de euros en un par de días para los centros de salud italianos.
Hacer es la diferencia entre oportuno y oportunista.
Cierro con lo que abrí.
Hagamos.