El Coronavirus va mutando. Y no estoy hablando del virus sino de las marcas.
Al inicio de la pandemia, y como no podía ser de otra manera, entramos en pánico y muchas marcas apagaron las luces, cerraron la puerta con llave y se refugiaron para ver qué pasaba.
A los pocos días, algunas marcas comenzaron a difundir mensajes de concientización sobre el aislamiento y los beneficios de quedarse en casa.
Más tarde, y como tampoco podía ser de otra manera, varias de ellas homenajearon a los médicos y aplaudieron a los empleados de aquellas actividades de primera necesidad.
Después, algunas pocas tomaron el toro por las astas, pasaron del discurso a los hechos y comenzaron a producir barbijos, alcohol en gel o a ofrecer sus instalaciones para complementar la posible falta de espacio en hospitales.
Y hoy, finalmente todas se animan a volver a vender.
Y la gente lo acepta porque entienden que las marcas no son muy distintas a los almacenes de barrio o al kiosko de la esquina: a diferentes escalas, también necesitan vender para subsistir.
Pero esta mutación no será gratuita. Va a traer sus consecuencias. Las marcas que dejaron la luz apagada durante toda la pandemia van a recibir una factura de luz desorbitante. Porque la gente puede mirar para otro lado, pero no es tonta.
En cambio, las marcas que se pusieron el Covid al hombro van a recibir mucho más de lo que dieron.
Algo parecido va a suceder con las agencias. Aquellas que acompañaron a sus clientes a atravesar las distintas etapas de estas mutaciones quedarán mejor posicionadas que las que se quedaron dando discursos con la luz apagada.
Lo que cae de maduro es que muchas cosas no volverán a ser como antes. El home office llegó para quedarse, eso es indudable, porque está buenísimo quedarnos más tiempo en casa. Da tranquilidad pertenecer a un holding internacional con la suficiente espalda como para resistir este tipo de embates. El tiempo y el estrés que nos ahorramos en embotellamientos pasa a ser parte esencial del sueldo. Está bueno que las reuniones por video conferencia empiecen y terminen a la hora prevista.
Lo que no está bueno es que trabajar desde casa se convierta en una anarquía pandémica de reuniones nocturnas, llamados de fin de semana, o whatsapps de madrugada (un martes no cae domingo y un sábado no cae lunes). Pero poner orden depende de nosotros. No somos Rappi que está siempre lista para entregar el delivery. Porque nosotros no sólo entregamos la comida, también la preparamos.
Y también muchas otras cosas volverán a ser como antes porque los seres humanos tenemos esa gran capacidad camaleónica de mimetizarnos con el ambiente. Cuando el Coronavirus haya quedado como una anécdota volveremos a estornudar fuera del pliegue del codo, nos doblaremos de risa del tipo con barbijo y de cuando en cuando nos fundiremos en un abrazo de gol con el primer extraño que se nos cruce en la cancha.
Sea como fuere, vamos a mutar más rápido que el virus porque, afortunadamente, no hay vacuna para la imprevisibilidad humana.